domingo, 18 de diciembre de 2022

22 DE DICIEMBRE 2022, UNA FECHA PARA RECORDAR

 ¿QUIÉN EMPACA MI PARACAÍDAS?

 


 

INTRODUCCIÓN:

Este escrito está relacionado con el 22 de diciembre de 2022. En esta fecha se cumplen 50 años de matrimonio de María Astrid Orellana Morales y Celindo Santibáñez Nahuel.

El título de este escrito es una pregunta. Tal vez muchos de nosotros conservamos recuerdos de varias personas que estuvieron en nuestras vidas; sin embargo, dejamos de lado a aquellas que lo estuvieron siempre preocupadas de los detalles como empacar paracaídas.

LOS INICIOS DE ESTE MATRIMONIO:

La historia de este matrimonio comienza a fines de 1971 cuando ambos se conocen en la ciudad de Talca.

Celin, profesor primario y de historia; hacía clases en un colegio de la zona. María, técnico en enfermería lo que ahora se llama Tens, trabajaba en el hospital de Talca.

 



REUNIÓN EN TALCA:

Estábamos todos reunidos en la casa de la 7 norte entre 6 y 7 oriente. La reunión se hizo con la jefe del hogar, más algunos hermanos como María, Ramón, Marcos, Marina y el suscrito. Eso ocurrió a fines de 1971.

Celindo junto a María, manifestaron en la reunión familiar que han decidido pololear y tal vez contraer matrimonio el año 1972.

Terminada la conversación de noche, el futuro esposo tomó su bicicleta sin luz y pedaleando se fue a su residencia.

 

EL MATRIMONIO:

Ese año 1972 se organizó el matrimonio el 22 de diciembre. Este se efectuó en la iglesia Presbiteriana de Talca, ya que la familia Santibáñez Nahuel eran de aquella tendencia evangélica.

La fiesta de celebración se efectuó en la casa de la 7 norte entre 6 y 7 oriente en Talca.




Esa noche y terminada la fiesta de matrimonio, los fuimos a dejar a la estación de ferrocarriles, ya que iniciaban su luna de miel en un viaje al sur; pero, no más allá de Linares.

 

OTRO VIAJE AL SUR DE CHILE:




En enero de 1973 y considerando que ya se había incorporado otro integrante a esta  familia, decidimos hacer un viaje al sur, todos en conjunto y conocer el lugar donde Celindo Santibáñez tuvo su infancia.

Llegamos a Temuco para luego tomar un camino hacia la costa; se cruzó la localidad de Nueva Imperial y pronto la familia ingresó caminando por un bosque, en un lugar que se llamaba Mañío Manzanares. Era una zona con matorrales, arbustos y árboles de gran altura.

A medida que íbamos caminando por el bosque, comenzamos a escuchar un himno a la distancia que venía del interior de la arboleda; era una voz de hombre, en que la letra se reconocía perfectamente: 

“Señor mi Dios, al contemplar los cielos, el firmamento y las estrellas mil, al oír tu voz en los potentes truenos y ver brillar el sol en su cenit.

Mi corazón entona la canción, cuan grande es él, cuan grande es él, etc, etc”.

En la penumbra Celindo Santibáñez expresa: Es mi padre que está cantando, siempre lo hace a esta hora.

Saludemos cuando termine de cantar el himno.

Fue un encuentro familiar inolvidable. No es fácil la descripción del momento; pero, el lugar donde habitaban los padres de Celindo Santibáñez no era una propiedad lujosa, cubierta de alfombras, varios dormitorios y un living con cables para hacer llamados telefónicos.

Al contrario.

Eran dos rucas con las puertas orientadas hacia la salida del sol. Una cocina a leña en su interior y dos sillas para que los padres se alimenten cuando preparaban sus comidas.

Era una realidad realmente impresionante, la cual no se ve siempre, especialmente los que vivíamos en ciudades grandes como Concepción, Talca o Santiago.

El padre de Celin, al vernos, pidió que en un acto de real reverencia inclinemos las cabezas para dar gracias a Dios de estar juntos otra vez.

 

EMPACANDO EL PARACAÍDAS:

Siempre que recuerdo estos instantes que sucedieron en Mañío Manzanares, me viene a la memoria un suceso en que estando en 4to año de humanidades el año 1967 en el Liceo de Hombres de Talca, repetí curso por una enfermedad que tuve como consecuencia de una vacuna mal colocada.

Después de un largo tratamiento, el doctor dio la instrucción de limpiar la zona afectada. En el hospital de Talca, no encontramos a la persona adecuada que lo pudiera hacer.

María Astrid Orellana, tomó un bisturí y comenzó a raspar la infección. Con cuidado y delicadeza, la dejó libre de impurezas y en condiciones de volver a la normalidad.

Con ello me mejoré y continué con mis estudios, mis aspiraciones y proyectos de vida.

Doña María, más conocida como Mimilla, logró empacar mi paracaídas y dejarlo en condiciones de usarlo en cualquier momento, hasta hoy.